DIME QUÉ TOMAS Y TE DIRÉ DE QUÉ CONVERSAMOS

 No siento lo mismo cuando alguien me llama o escribe para “tomar un café”, que cuando la oferta es “tomar una cerveza” o “tomar algo”, y dejo el “algo” para otro texto para no morir en el enredo.

Mas como una excusa que por lo sabroso de la cerveza, o de lo que pidamos, lo importante es encontrarnos. Vernos, conversar, pasar un momento juntos. Ponernos al día, hablar mal de alguien, de fútbol, trabajo y hasta de por qué son tan lindas las chicas de esa mesa. Expectativas más, expectativas menos, en realidad no espero otra cosa de la propuesta.

AMOR BIPOLAR

 Hace un tiempo ya que salimos. Somos algo así como bígamos o polígamos. El amor no sólo es difícil, sino también muy amplio como para abarcarlo entre nosotros dos.

Quizás es por eso que tratamos de encontrarnos en ciertos momentos. No lo planeamos realmente, es algo que se va dando. Ni siquiera lo hablamos, simplemente nos dejamos llevar. A todo ser humano lo gobiernan las emociones. Y el problema en los gobiernos es cuando intervienen las emociones.

Los días que me encuentra la alegría, si ella está ocupada con su intolerancia, termino saliendo con su fastidio. Nos cuesta un montón ponernos de acuerdo entonces me presenta a su ira, que con mi impotencia se llevan bárbaro y pasan una tarde de discusiones de esas que cuesta olvidar, pero nos encontramos en el resentimiento. No sé si conviven bien, pero al menos cada una cumple con su cometido y por alguna razón no se vuelven a ver por un largo tiempo.

Una vez, saliendo con su mal humor y mi persistencia, no recuerdo bien qué hermosas cosas dije, pero su espontaneidad salió corriendo y se me apareció su sonrisa. La agarré del brazo para llevarla a casa, pero a cada paso que dábamos la vi parecida a su rebeldía, que ya la conocí otras veces y mi timidez nunca lo dijo, pero a mi serenidad no le gusta tanto.

Por no convivir con la incertidumbre, le dejé lugar a mi impaciencia, que por consejo de mi osadía, le robó un gran beso a sus miedos. Así fue que ella me dejó con la soledad. Hasta que su inseguridad le mandó un mensaje a mi sinceridad preguntándole si mi convicción tenía algo que ver con la seriedad y la planificación.

Mi transparencia estuvo a la altura de sus expectativas y absolutamente todas nuestras emociones estaban de acuerdo. La felicidad fue anfitriona de esta nueva alianza.

Después de un tiempo de convivir con el metejón la empecé a confundir con la rutina. Y si alguna noche mi inmadurez se quedaba hasta tarde con amigos, en casa me esperaban sus celos. Mis argumentos por lo general se llevaban bien con sus planteos, pero su insistencia no se detuvo hasta encontrar mi hartazgo que se complotó con la frustración para dormir en camas separadas.

UN CHISTE, EL MEJOR DISFRAZ

 En el mundo de las relaciones humanas existen varios tipos de convenciones que facilitan y hacen aún más llevaderas esas relaciones. Silencios, muletillas, onomatopeyas, metáforas y preguntas retóricas, funcionan como nexo y contexto para diversas conversaciones. Nadie se va literalmente a la mierda cuando otro se lo pide, así como en la gran mayoría de las veces, si nos saludan y preguntan, "cómo estamos", aunque quizás no lo estemos, respondemos, "bien".

Existe una herramienta muy efectiva que muy pocos conocen y sin embargo casi todos la usan. "Era un chiste".

Se puede hacer uso de la misma en aquellas situaciones donde hacemos un comentario u observación y nos damos cuenta que del otro lado la respuesta o reacción es... negativa. Cuando el receptor de nuestras palabras se enoja o se siente ofendido, aparece mágicamente y de forma instantánea esta lubricante frase conciliadora. "Era un chiste".

CUANDO RETABAN A UN HERMANO

 La mayoría de las veces pasaba con todos sentados a la mesa. Algo, alguno de los dos, había hecho para provocar la reacción, el enojo, el reto de mi madre o padre y si era muy grave, de ambos.

A partir de ese momento y por los próximos cinco, diez minutos me convertía en un ángel. En el hijo ejemplar. El mejor hijo. El que toda madre querría tener. Automáticamente se borraban todos mis pecados. No ir a bañarme cuando me lo pidieron, no haber hecho la tarea, malas notas en el boletín (bueno, esto no tanto) o de la cagada que haya hecho en la última semana, quedaba repetidamente indultado.

ENSALADAS DE AYER

Siempre que se junte un grupo de personas a comer en una casa, al terminar la reunión empieza una especie de negociado para ver qué se hace con las sobras. Tortas, tartas, postres, bebidas, ensaladas, budín o lo que sea, es mucho para los anfitriones y así comienza una distribución que no sigue ningún criterio lógico de reparto.

Consumada la invitación y aceptada la misma, el evento arranca unos días antes, con mensajes a través de “¿en serio, otro “grupo”? de what´s app y el clásico “¿qué llevo?” (¿Esa es toda tu iniciativa?)

Alrededor de una mesa compuesta por la contribución de los comensales y sus excusas para justificar, lo mucho, lo poco o lo improvisado de su aporte, el esfuerzo se verá directamente reflejado por el efecto de la demanda. Bandejas intactas, algunas por la mitad y otras en las que, diría mi madre, no quedaron ni las migas. Con alguna de las opciones que tenga éxito, sus autores culinarios o intelectuales cobrarán un rato de protagonismo. Unos se ufanan por la receta mientras los otros por el precio si fue comprada. (Alto para ostentar generosidad, bajo para presumir astucia).

MI PLATA NO VALE

Me pasó muchas veces siendo chico, estar en un restaurante junto a mis padres y algún matrimonio amigo y a la hora de pagar la cuenta ver a mi papá y a su amigo protagonizar una escena... inexplicable. Igual voy a hacer el intento.

Apenas veía que se acercaba el mozo, mi cabeza ya premonizaba esta  especie de show lisérgico donde estos machos alfa realizaban pasos de comedia arcaico americano. Para ponerle palabras, articulaban distintos ¿trucos? o maniobras para ser saldar por fin la deuda. Tranquilos muchachos, solo pedimos unas cuantas milanesas con papas fritas, tampoco están pagando la deuda externa de su bolsillo.

Ahora bien, hasta acá, nada que no se vea comúnmente en cualquier bar o restaurante. Un poco más, un poco menos, en definitiva una convención universal. Lo que era difícil de entender para mis pocos años de vida o lo que fue una revelación es que el conflicto no pasaba por quién pagaba, sino por quién NO pagaba. Cada vez que dejaba una luz prendida, mi viejo muy enojado me reprochaba "¡Total, la luz la pago yo!". ¿Por qué es, que estos tipos se tironeaban del brazo o acercaban billetes a la cara de un mozo, como un micrófono a los treinta segundos de fama de algún fulano? O lo que es peor, con caras alienadas y ojos coléricos le ordenaban "¡Cobrame a mi!"

Y la función no terminaba una vez pagada la cuenta. No. Podía haber un acto más, porque el que no pagaba era como una especie de perdedor que se quedaba con su tarjeta de crédito en la mano o una serie de billetes que a partir de entonces eran como una especie de "huevo podrido". ¡He visto gente arrojar dinero por la ventanilla del auto y salir corriendo!

En cada una de estas situaciones me quedaba mirando a mi viejo y surgía en mi cabeza preguntas como: ¿Qué hace este tipo, se está peleando por pagar? ¿Qué hacés papá? Dijo que iba a pagar él. ¡Guarda ese dinero y sentate! Papá, ¡nos vas arruinar! ¡Dejá que pague él!".

A medida de que iba siendo testigo de estas convulsiones públicas es que llegué a pensar si no habría algo más en esto de pagar, porque no era solo mi papá y su amigo, sino que lo hacían todos.

¿Qué pasa con el que paga?, me preguntaba. ¿Dónde está la trampa? Hay algo que no estoy viendo. ¿Por qué alguien preferiría pagar? ¿Por qué este señor quiere pagar la comida, pero no se ofrece a pagar las luces que dejo prendidas? Con el tiempo, ese algo resultó ser mucho más que, algo más.

Hoy grande lo entiendo, sin embargo me cuesta explicarlo. Creo saber cuándo corresponde y cuándo no. Porque hay casos donde cae de maduro quién paga la cuenta, pero hay otros que son polémicos, ridículos, soberbios, generosos, injustos y quizás la lista siga.

Una respuesta que se me ocurre es que por lo general la gente tiende a querer ser un héroe. Está la sensación de que el que paga es mejor persona, más generoso, o más... más. En lo personal no sé si me pasa tanto esto cuando pago, pero cuando el que paga es el otro, me siento un terrible choto. Un amarrete. O como un hijo al que su padre llevo a tomar un helado después del colegio porque se sacó buenas notas. (ése seguro que no hubiera sido yo. No por mi viejo, sino por mis notas).

Me siento mal, porque después de pagar, la charla sigue y el otro respira cierta superioridad ridícula. O lo que es peor, actúa minimizando completamente el gesto. Como si hubiera costado centavos. Centavos para él, no para mí. Ni miran el importe. Firman y guardan la tarjeta como quién se lava las manos.

Cuando paga el otro no puedo evitar pensar en lo que consumí. Me siento mal si fue mucho y me siento peor de haber pedido poco cuando el otro en el banco tiene mucho. "Lo que racioné esa Coca!"

En esto de quién paga hay veces que la cosa queda enredada hasta que el más hábil de los dos saca una especie de comodín donde argumenta "el próximo invitás vos" y esa frase funciona como un jaque mate.

Salvo que se vean seguido, no hay próxima vez, pagó él y el que perdió fuiste vos. Y la derrota no termina con el último trago de este café. No solo pagó, sino que la próxima vez que se vean corre por cuenta tuya. La invitación a verse y la cuenta. Porque él no va a hacerlo para que no creas que lo hace para que pagues vos. Al menos te queda el consuelo de que la próxima vez no vas a hacer el ridículo adelante de tanta gente.

Eso eso, el ridículo. El motivo por el cual pierdo siempre estas peleas es que no sé cómo actuarlas. No me sale. No puedo levantar la voz, imponerme sobre el otro, sobre el mozo o de la persona que sólo vino a cobrar, nos mira y nos odia en silencio.

No me salen los chistes, no entiendo por qué ahora lo tiene que resolver el mozo. Desconozco cuál es el límite de la insistencia. No sé si te ofendo pagando, si te ofendo no haciéndolo. Me siento mal guardando de nuevo el billete porque hasta parece que gané guita. Meto plata en mi billetera adelante tuyo. Capaz estás pensando... ¿qué te vas a comprar con eso que te ahorraste? Muchas veces no la guardo en la billetera, la pongo en un bolsillo, para ahorrar ese trámite. Y cuando la encuentre me voy a acordar de lo choto que fui en esa "discusión" de quién paga la cuenta.

La única conclusión que puedo sacar de todo esto es que hay veces que no pagar puede terminar saliendo más caro.

Mozo, ¡váyase a cagar!


LO MÁS PANCHO

En el mundo existe una gran cantidad de productos que, de poco sirven, pero su consumo es masivo. No por eso son menos importantes y algunos de ellos hasta se pueden usar una sola vez. Buscar ejemplos sería un divertido juego cuando la única pregunta que se escucha en el auto es ¿Ya llegamos? y sin repetir y sin soplar, se me ocurren, el famoso cosito de la pizza. Un preservativo se usa una sola vez (se supone que) y vaya que es importante. El papel burbuja para envolver cosas frágiles o los alfileres que doblan una camisa en un local de ropa. (¿Hacen falta tantos?)

Acercándome a la temática de mi rezongue, una vela de cumpleaños se enciende una sola vez y dura lo que duran las dos versiones de la canción de cumpleaños. (Alguna vez alguien me explicará la necesidad de cantar el "Feliz, feliz en tu día". Supongo que porque involucra la bendición de Dios, pero entonces dejemos de usar la otra que repite tres veces la misma frase. Aunque nobleza obliga, es una genialidad de la composición el espacio para cantar el nombre del festejante, que funciona tanto para  agudas, graves y esdrújulas).


LO MALO DE TENER AMIGOS

Una imagen triste revisando mi infancia es cuando estando con un amigo teníamos una sola bicicleta. Dos niños se dirigen hacia un lugar, pero uno de ellos tiene lo que el otro no. Y aunque uno sea más que cero, a veces es más fácil no tener ninguna.

El que tiene la bicicleta no anda realmente en bicicleta y el que se dirige a pie, se dirige a pie. El primero no logra pedalear a paso de hombre y para el hombre, en realidad el niño, caminar más rápido es joderse dos veces.

El que pedalea va y viene, da círculos, rodea al transeúnte con su bici pedaleando muy, pero muy despacio hasta casi caer torpemente al piso. El "beneficiado" se esfuerza por sacar temas de conversación interesantes para equilibrar la balanza. Hasta incluso encuentra algo para criticar de la bicicleta, pero las cuadras, los balnearios o kilómetros todavía son muchos.

MAL DE HUMORES

Ya no recuerdo la cantidad de discusiones que debo haber "perdido" con mi mujer bajo el argumento de que estoy mal humor. No importa quién tenga razón, no importa siquiera cuánta razón o qué estamos discutiendo, pero en el nombre de mi mal humor estoy descalificado de toda petición.

Como en el dilema del huevo y la gallina, no sabemos si estoy de mal humor por lo que estamos discutiendo o si ya estaba de mal humor, lo que la habita a ella a contestarme mal, mandarme al carajo o la habilita a cualquier "ni idea".

Esta particular y repetitiva cuestión en mi vida me llevó a preguntarme, ¿qué es realmente el mal humor? ¡Qué término tan normal, pero anormal a la vez! Porque si bien el estar de mal humor no me quita el juicio, puede llegar a alterar o afectar considerablemente mis pensamientos, mis decisiones y mis respuestas con todas las consecuencias que todo esto arrastra.

Y ese no es el único problema, sino uno mayor para cualquier convivencia, que es quién lo detecta primero. Porque si yo fuera por la casa o el trabajo, diciendo... "estoy de mal humor", el resto de los convivientes sabe que no pueden o mejor dicho, no les conviene hablarme o molestarme. Mi mal humor tendría permiso de libre circulación y si de repente contesto mal, la culpa no es mía, sino del conviviente. Lo que cuando éramos chicos, llamábamos "pido".


LA FINAL SIN FINAL

Tres sillas de la mesa de un bar en Asunción estaban ocupadas por el presidente de la Confederación y los respectivos presidentes de dos de los equipos más grandes de otro país.

El encuentro ocurrió después de jugada la primera de dos finales del torneo más importante de América. El periodismo fue subiendo la apuesta y de una final pasó a llamarse súper final, la final del siglo, la final histórica, la final del mundo y la apuesta fue subiendo tanto como el ego de los habitantes de ese país.

Se sentían conformes, satisfechos. El resultado parcial repartía equivalentemente los favoritismos, la serie “estaba abierta” y el partido tuvo incluso la dosis exacta de adrenalina, suspenso y dramatismo.

Uno de los dos presidentes dijo, “por supuesto que quiero llevarme los seis millones y confío en que así sea, pero tres es una buena cifra para hacer cosas interesantes en el mercado de pases”. "¡Vamos!", le respondió el otro. “No estás contando lo que pagan los sponsors, la televisión, y los negocios paralelos”. “Lo sé, por suerte son dos finales. Es plata que entra, cualquiera sea el resultado”. El mandamás del fútbol latinoamericano observaba la conversación con una sonrisa silenciosa. Asentía con la cabeza y prestaba cómplice atención. Al notar este gesto, Daniel o Rodolfo o quizás los dos, preguntaron. “Y a ustedes, ¿cuántos les queda?” El estallido de una taza de café que accidentalmente cayó al piso a unas mesas de distancia no dejó escuchar la respuesta con claridad. “Es mucho más de lo que hubiera imaginado” respondió Rodolfo. “No sos el único, pero ¿qué pasa si te digo que a esa cifra la podemos duplicar y hasta triplicar?” “La suya o la de todos?” Preguntó rápidamente Daniel. “El fútbol es un deporte que se juega en equipo” fue la respuesta de Alejandro.


CAMBIO DE ACEITE

Hace varios kilómetros que tengo que hacerle un cambio de aceite al auto. Varios kilómetros o días. Bueno semanas. Ok, meses…

No sé nada de autos. Y se me nota. Mucho. Llego al lugar no sabiendo nada. Enseguida se me viene a la mente la imagen de mi viejo celular en mano haciéndome una pregunta. Siento pena por él. Si por lo menos le pasara con la misma frecuencia con la que yo le hago “algo” al auto…

Estoy ahí y sé que la persona que me atiende ya detectó mi inseguridad. Sé que digo las palabras correctas, hay cosas que las hice varias veces, pero el problema está en que no me creo ni yo mismo lo que digo. Debo confesar que no entiendo bien para que funciona el aceite en un auto. Supongo que para que funcione el motor…


EL PROBLEMA ES QUE YO NO ENTIENDO NADA

El problema es que nadie entiende nada. Y menos entiendo yo. No entiendo cómo a pesar de los años sigo creyendo que las sé todas. Varias o la mayoría. Debo ser argentino.

La vida se cansa de probarme todos los días que no entiendo nada, que estoy equivocado. Es ella la que lleva las riendas y si bien soy dueño de mis actos y responsable de sus consecuencias, ella me dice a mi cómo son las cosas.

No sé cuánto me quiere, sé que no me odia. Sé que tiene su manera particular de hacer las cosas. Es ocurrente, irónica, perversa... tiene humor, a veces uno muy negro. Tiene la última palabra, el último gesto cuando me da un cachetazo. Podemos ofendernos uno con el otro. Hasta pensamos en cortar relación en nuestros peores momentos. Hasta eso sirvió para entender que no entiendo nada y valorar cuánto la quiero, cuánto la necesito. Ella gana siempre. ¿Será por eso que todos la cuidamos tanto? Es sabia, sobre todo es sabia. Tan trillado como cierto. La muy sabia ayer se encargó de darme una de sus más extrañas y menos pensadas lecciones desde que estamos juntos.

Va ser más linda, difícil, vertiginosa, emocionante y por suerte me quedan varios años para seguir encontrándole adjetivos. No entendiendo nada cuando pienso que una vida va cambiar la mía y resulta que mirando un monitor, que tampoco entiendo, encuentro que van a ser dos las responsables.

Gracias, primero a esa mujer que no termina de darme motivos para amarla tanto y después a vos, vida linda. Evidentemente no entender nada es el sentido y eso logra que cada día sea más feliz.

MI PAPÁ LE GANA AL TUYO EN UNA PELEA

No tengo la menor idea de cómo pelea mi viejo. Nunca lo vi pelear, y tampoco me lo imagino. No sé si quiero verlo. Creo que ni quisiera tengo que verlo, y no porque lo pueda llegar a hacer mal. Como no me lo imagino, tengo miedo con lo que me pueda llegar a encontrar. O porque tal vez no quiera ver que realmente no le ganaba a los papás de mis compañeros de escuela.

Entonces, cómo se explica que durante tantos años haya sido como un súper héroe para mí. Nunca lo vi pelear y siempre estuvo a la altura de Batman o Súperman. ¡Qué injusto para estos santos encapotados! Ellos debieron probar su coraje frente a los archi-villanos más peligrosos y malvados del universo mientras que mi viejo, como mucho insultó a un cana desde su auto en movimiento y así estar a la altura de la Liga de la Justicia.

Con los años descubrí que sus brazos no eran tan anchos, sus puños no eran de acero y si bien desde sus ojos nunca vi salir nunca una lágrima, tampoco fui testigo de que lanzaran rayos ultravioleta que derriten una puerta de hierro ultra secreta.

SE CAYÓ EL SISTEMA

Una frase que en un mundo tan digitalizado significaba tanto y en labios de atención al cliente explica tan poco. Se cayó el sistema y si esto pasa, no pasa más nada.

Se para el mundo. No hay una respuesta, una explicación, simplemente no se puede hacer nada porque se cayó el sistema. ¿Qué sistema, el de gobierno? ¿El sistema social? Es un poco pretencioso, pero igual de ruidoso y trágico para los testigos carnales de esa caída.

En pocas palabras. Sin sistema no se pueden hacer transacciones de ningún tipo. Ellos, los representantes de la empresa, la cara visible de un banco, hospital o empresa con solo tres palabras quedan absueltos. Libres de toda responsabilidad. No nos deben otra respuesta y desde este lado del mostrador, nada podemos hacer más que llevar nuestro odio hasta el máximo umbral de tolerancia y tener que volver con los brazos caídos, ya que no vamos a lograr hablar con un supervisor (leer) y es mentira que vamos a mandar una carta documento, así como esa persona no se va a quedar sin trabajo porque no sabe con quién está hablando. (Este último tonto urbano merece un monólogo alguna vez).

LO DEL OTRO ES MEJOR


Sé que no tiene solución, pero me tranquiliza bastante saber que no soy el único al que le sucede. Quizás puedo vivir por no serlo, de otra manera mi problema sería una trampa dentro de otra y otra, así sucesivamente. Un problema sin consuelo, es mucho más problema. 
  
Que "lo del otro es mejor" que lo mío puede no ser verdad, pero con solo ser una sensación es suficiente razón para uno sentirme ¿mal? ¿incompleto? ¿estafado? Alguno de estos argumentos o todos me ocurren frecuentemente. Incluso algunos más que no se me ocurren ahora, pero seguramente los que se le ocurra a otro, van a ser mejores.


QUIERO HABLAR CON TU SUPERVISOR


Ellos, sí ellos. Los que no están. Los que en este momento no te pueden atender, los que quizás no existen. Los que ocupen un lugar en el imaginario popular. La supuesta solución a nuestro incomprendido reclamo. Una ícono de nuestra Fe, donde quisiéramos poder encontrar lo que este coloquial inoperante parece no podernos dar.

Nunca hablé con ellos, sé que existen, pero no puedo probarlo. Nadie podría probarlo. ¿Son reales? Después de Papá Noel, debe ser la mentira más grande creada por una corporación. 

Todos alguna vez, atravesamos con la moral y la paciencia resquebrajada, por la inutilidad y poca predisposición del sistema de servicios de atención al cliente de cualquiera de los millones de servicios que consumimos simultáneamente en nuestras vidas que tienen lugar en el modernismo del siglo XXI, sobrecargado de tecnología, donde un modem se encapricha en hacer titilar sus lucecitas y a pesar de ello no funcionar.

Donde suscribirse a un servicio es una carga tan pesada que para darse de baja nos lleva más trabajo que olvidar nuestros traumas de cuando éramos chicos, y miles de otros ejemplos que acompañan esta radiografía del angustiante momento que pasamos cuando llamamos a algún 0800, que Dios me ayude.

¡MANCHA!

Hace horas que lo intento y no puedo lograrlo. Que lo esté buscando no significa que lo vaya a encontrar y eso es lo que me empuja a creer que tengo razón aunque no quiera.

La palabra mancha no tiene otra connotación que no sea negativa. ¿Mancha es un sustantivo, un adjetivo o ambos?

Una remera, lamentablemente está manchada y una equivocación puede ser una mancha en nuestras vidas. Metáfora o realidad, una mancha no nos conviene. No importa si sale o no. La de vino sale con sal escuche miles de veces, pero hubiéramos preferido no mancharnos.

Diferente es con qué nos manchemos. No es lo mismo con pintura, salsa o una bebida. Tampoco la pelota de Diego Armando Maradona, y mucho menos una traición. Haciendo de dos ejemplos uno solo.

Las manchas, se borren o no, son manchas. Como hincha del equipo más grande de Argentina, me duele reconocerlo, pero es verdad. Siguiendo con el paralelismo, de una mancha se puede volver más grande y lograr todo y más. Se los juego de acá a Madrid.

Hasta los chicos, con toda la inocencia que eso implica le escapan a la mancha. Y cuando creo haber cerrado el último de mis argumentos, justamente ahí me encuentro con su contra cara. La mancha no es tan mala. Una vez más, esas personitas me dan una lección.

¡Jugar a la mancha es divertido! Hasta cuando no estaba jugando, si venía alguien corriendo, y me tocaba la espalda al grito de "mancha", automaticamente estaba jugando. Así de rápido, así de simple. Sin lugar a descargo, queja o exposición Y lo hacía aún más puro que a nadie se le ocurría acusar objeción. Te toca, te mancha. Corré.

La mancha es algo imaginario, no vale la pena explicarlo. Hay que ser un chico para poder verla. Va de una persona a otra, cargada de vertigo, de adrenalina. Nadie la quiere, pero reparte sonrisas, anécdotas, tropiezos, gritos, carcajadas, locura.

¿Será eso? ¿Locura? Y de serlo, es de la linda. De la que no merece ningún tipo de explicación. El barro era el mejor testigo de que acabábamos de jugar un increíble partido de fútbol y las madres tenían que entenderlo. Una camiseta embarrada era la única mancha que no nos costaba un reto.

¿Los chicos tienen la gran capacidad de ver lo bueno donde los grandes ven lo malo?

Lo pregunto porque tal vez todavía soy un chico.


DÍAS QUE SON SOLO NOCHE


Aunque los odie, necesito días así. Esos en los que no puedo hacer nada. Mi cabeza está dispersa, no logro construir, sumar, generar siquiera algo. Son esos días que pasan de largo y nunca los voy a recordar. Ni extrañar. Días libres, con pocas ocupaciones… Días que cualquier otro día amaría tener. Días que quiero tener y cuando los tengo no los aprovecho.

Tantas cosas haría en un día como hoy y hoy no hago nada. Si prendo la televisión quedo atrapado en programas que no me interesan, pero hoy, ni la mejor película del mundo puede despertarme.
Pienso en todo lo que haría y no hago. Mi cabeza es la única que funciona, la única parte de mi cuerpo medianamente activa. Empieza y no me da paz. De a poco se pone la camiseta rival y no mide las consecuencias, no tiene piedad por el resultado, cada vez soy más fácil y lo que es un tiempo libre se vuelve en interminable. Quiero que sea mañana aunque siento que mañana todo va a ser igual.

Como soy inteligente, comprendo que todo esto es mentira, solo un estado, hasta sé la forma de romper y terminar con todo, pero no puedo convertirlo en realidad… Por el contrario, siento cada vez más presión. Me castigo por lo que podría hacer y no hago. Ensayo el ejercicio opuesto y peno por lo que no está sucediendo.

No voy a hacer nada. Llegué a la conclusión de que tal vez hoy, merezca no producir, generar, crear, ni inventar nada. Por algo es un día libre, ¿no? Hoy puedo ser inerte, perezoso, vago, débil, depresivo… Y aunque me haya ganado perder, siento culpa y creo que es porque mi inteligencia también tiene su orgullo. Lo que daría por ser estúpido en mi día de la estupidez, pero hay días que no son para todos.

Mi cabeza me tiende una trampa. En realidad mi imaginación sí está trabajando, urde estos pensamientos tan tristes y destructivos que me llevan a conclusiones que no me convienen. Me lleva por lugares, que si alguna vez transité, no quedaron atrás. Y de no haberlo hecho, no los elegiría, pero ya estoy allí… tarde para volver atrás. La vuelta, recién es mañana, cuando despierte y espero no ser éste estúpido, sino el del resto de los días.

Si logro que estas líneas me gusten, retiro todo lo antes dicho.

MAL VENIDO

Cuando llego a un lugar no puedo evitar sentir el peso de ser el recién llegado. Todos ustedes que están hoy acá, en esto de estar acá, son mejores que yo.

Subo a un colectivo y también soy un recién llegado. Mientras paso mi tarjeta por el lector los voy a ir mirando a todos y saludando mentalmente. Siento que les llega mi saludo, pero lo que noto de su parte es un aire sobrador. Como un: "¡Uf! ¿recién llegás? Acá nosotros estamos hace rato largo. Y solo por eso, somos mucho más que vos.

Y vos mucho menos si se trata de una fila. Porque sos el último, literalmente. Estás atrás de todos, como si fuera una carrera. Perdiste. En un consultorio también sos el último al que van atender, pero después de un rato quedamos todos en la misma situación. Estamos sentados en sillas o sillones que no siguen un órden de llegada.

En las reuniones sociales ser el último te condiciona mucho a la hora de servirte unas papitas, una cerveza o lo que sea. Tenés que esperar. No hay un tiempo establecido, es un rato, no sé cuánto. Nadie sabe, un rato. Además primero tenés que contestar una serie de preguntas. A todo el que llega le hacen preguntas. ¿Dónde dejaste el auto? ¿Hace cuánto que no nos vemos? ¿Viniste solo? ¿Por qué llegaste a esta hora?

CUANDO EL CALOR ES MEJOR OPCION

Hay cosas del sexo opuesto que pasan por alto al propio. Si yo digo que hay que ser muy valiente para abrir la ventanilla de un colectivo, puede pasar que varias mujeres no sepan de qué estoy hablando. No sé si todos, pero más de un hombre va a estar de acuerdo, y el que no; tiene mucha fuerza, no sufre el calor o no le importa que una mujer pueda estar mirándolo.

Para que se entienda, las ventanillas de los colectivos pueden llegar a no ser fáciles. La perilla puede estar dura o trabada y/o deslizar el vidrio encontrarse complicado. No está bueno que una mujer te vea luchando contra una ventanilla, deja la sensación de que tenés muy poca fuerza. Mejor no lo hagas, aguantá la temperatura actual, hasta abanicarse con un libro puede llegar a ser más masculino. Tal vez el hombre más fuerte del mundo también fracase, pero ¿cómo saberlo? En este momento el termómetro de fuerza sos vos.

No me animaría a tomarlo como una verdad, pero cuánto más linda es la mujer, más dura va a estar la ventana y hasta más calor va a hacer ese día. Y no importa si ella pueda sentirse atraída por vos, eso no entra en juego, pero nadie quiere exponerse sin sentido. Y lo más injusto, lograr abrir una dura ventanilla no te hace más atractivo.

Una cosa es que nos presente mucha dificultad, hacer fuerza, caras extrañas, ponernos colorado, pero finalmente lograr el cometido. Pero es muy distinto y desgarrador fracasar en el intento. Al calor del comienzo se suma el esfuerzo físico y el sabor amargo. Y ahora el pasaje entero, cómplices del calor y testigos de semejante exposición observan y comparten el duelo en silencio. Los hombres, que pudieron leer entre líneas saben de qué se trata. El que no, tal vez sin el más mínimo de los códigos hace el intento de abrirla él. Y si lo hace con éxito, la víctima debe levantarse y bajarse dónde sea que esté el colectivo, sin importar cuántas paradas falten para llegar a destino.

Esta es una lectura de situación que ningún hombre debe pasar por alto y entender que hay situaciones donde el problema actual es mejor comparado con el que está por venir.

MEDIAS

Perdí una media. Una sola. Y lo sé justamente por eso. Porque tengo la otra para darme cuenta.

Hubiera preferido perder las dos. De esa manera nunca hubiera notado la pérdida. No es lo mismo que perder una remera o un pantalón. Además yo no me encariño con las medias. En ciertas ocasiones creo que ella se quiso perder. Las veces que perdí alguna y después las encontré me surgió pensar: ¿cómo llegaste ahí? Se esconden muy bien las medias. No solo que se esconden sino que a veces se acurrucan.

Pero si son solo medias, ¿por qué me molesta tanto haber perdido una? Por el absurdo de ver una media sola? Hay pocas cosas más inútiles que una media sola. Una sin la otra no sirve, no funciona el binomio. Es 80% algodón 20% poliester. Un ejemplo muy tonto, (tonto el ejemplo, no el punto), un zar ruso tiene un par de medias que cuestan 50.000 dólares. En un acto de generosidad me regala una de sus medias. ¿Me regaló 25.000 dólares? NO. ¿Me regalo 10? Tampoco. Solo me regalo un títere con ropa muy cara.

Sé que a esta altura debería tirar la media, si ya sé que no me sirve. Pero no puedo. Algo me dice que la otra en algún momento va a aparecer. Y pasan los meses y su compañera no da señales de vida. Pasarán los años y seguirá ahí esperando. Porque las medias sí que saben de fidelidad, no se van con cualquier otra que aparezca perdida. Hay una sola igual a ellas y por ella siguen viviendo.

Y en cada contacto visual lamentaré nuestra pérdida. Porque de alguna manera nos acompañamos en el sentimiento. Guardar ese pobre conjunto de rombos es como que se muera un familiar y tener el ataúd en casa.

Pasados varios meses le di un cierre a la cuestión y concluí en que quizás esta media sea más feliz sin su “media media” que con el olor de mis pies.

Una media sin la otra es justamente eso, media.


LA LEY DEL EMBUDO INVERSO. (TONTO URBANO V)

Una mujer muy linda sentada en una mesa de un bar. Su perfume no lo deja concentrar, cree que será protagonista de los primeros minutos, pero el aroma, como su belleza, persisten.

Él no puede evitar de mirarla. La ve fantástica, ideal, casi inalcanzable. Refinada, inteligente, exigente, segura. Muy hermosa.

Pasan los minutos, se esfuerza por llegar a ella con su mirada. Siente su complicidad, sabe que lo está haciendo bien. Varios minutos después se piensa como una pareja en mesas separadas.

Repentinamente alguien entra. No es feo, tampoco un boludo, pero al verlo cruzar la puerta, nunca imagina que esa persona va a saludar a su mujer con un beso en la boca.

Un tipo completamente común, sonríe. Una mujer completamente ¿inalcanzable? se va con él.

FELIZ ESTRENO


No suelo comprarme mucha ropa y lo sé porque cada vez que estreno algo no falta nadie para hacerlo notar. Lo que no sé es por qué me molesta.

Quizás lo que me irrita es que me lo preguntan cuando en realidad saben la respuesta. Cuando preguntás si algo es nuevo es muy difícil equivocarse. Y si pasa, el otro contesta superado, “nooo, lo compré hace un montón”. Queriendo transmitir que es un capo y hace un montón que lo es.

Lo más difícil de comprarse algo nuevo es tener que no usarlo tanto. Uno está tan contento con esta innovación que la quiere usar todo el tiempo. Además esta adquisición es verdugo de todas las otras prendas. La ropa vieja no es tan vieja hasta que la comparamos con la nueva. Sino leé Lindas Zapatillas viejas.

Reconozco que me persigo, pero no puedo evitar sentirme un tonto con ropa nueva. Primero porque la ropa nueva se nota. No calza bien en el cuerpo, es muy reluciente. Es muy nueva. Segundo porque tengo la sensación que los otros son más vivos. Ellos están contentos con lo que traen, con eso que compraron antes que lo tuyo. No tienen esa incomodidad del pliegue marcado de la ropa nueva. Sus zapatillas no brillan tanto como las mías. No están esperando que alguien venga a exponerlos con su estreno. Están relajados, tranquilos, se mueven por la fiesta o cumpleaños muy seguros de sus sweaters con pelotitas de lana.

¿CUÁNTO "VALE" UNA ENTRADA?

Entre todas las injusticias que tiene el fútbol nunca nadie hizo hincapié sobre la peor de todas ellas. El 0 a 0. Por un resultado así deberían devolvernos el dinero.

Cero a cero. Nada a nada. Entre los veintidós no lograron sumar uno. Los únicos que se van contentos a sus casas son los arqueros, los que menos corrieron. Es un mensaje negativo para el deporte. "¿Vieron? Parado me va mejor que a ustedes".


Si el 9 no puede hacer un gol es lo mismo que en un restaurante no haya nada de lo que ofrece el menú, o que en un recital desafinen los músicos.

Si pago para ver un partido de fútbol es porque quienes lo hacen, juegan mejor que yo. Eso es lo atractivo, lo que promete el espectáculo. Si ellos no pueden hacer un gol, y si me dieran la posibilidad seguramente yo tampoco, eso nos pone a todos en el mismo lugar. ¿Tengo los mismos goles que un jugador de un equipo de primera?

El gran absurdo de todo esto es que a pesar de no haber convertido goles suman un punto cada uno en la tabla de posiciones. No hicieron goles, pero suman en el campeonato. Premiamos al que no ganó. Podés perder 4 a 3, todos golazos, mientras que un equipo que no pateó al arco se lleva más que vos.

Hay un precio para cada entrada. Un precio para la platea, otro para la popular y el palco. ¿Cómo no hay un precio por el empate en cero?


No estoy pidiendo que no haya empates. Pido ver goles. Un 1 a 1 tiene más emoción que un 1 a 0. Se gritaron más goles. La emoción pasó de un lado al otro. Íbamos perdiendo, ahora empatamos, son dos emociones. Salir 0 a 0 es todo el partido con cara de culo y sin desahogo, el grito atragantado.

Por eso no entiendo cuando dicen que los empates no se festejan. Creo que en un 3 a 3 podemos festejar semejante lluvia de goles.



LA MONTAÑA NO QUIERE IR A MAHOMA



El que dice "ya voy" no va hasta que lo vuelvan a llamar.

¿Por qué cuando alguien nos llama y decimos "ya voy", nunca es ya?

Siempre que alguien use esta frase, indirectamente, va a estar mintiendo. Ya voy, leáse: "no me interesa ir" o "Voy a ir. No sé cuando, pero YA no".

Otra lectura que se puede hacer es: te escuché, pero te digo "ya voy" para que sepas que te escuché y no me llames más. O por lo menos por un rato, hasta que me vuelvas a llamar.

Al decir esto le estamos robando unos minutos más a lo que estamos haciendo. Ya sea la tv, la computadora, un libro, etc.

Ahora te lo pregunto a vos, que estás del otro lado, que no vas. ¿Por qué no vas? ¿Cómo hay que llamarte para que dejes eso que te tiene tan ocupado?

En muchas ocasiones quien responde "ya voy" lo hace como algo automático, todavía no tomó conciencia de que lo necesitan. Lo pone en la cola de tareas, es una especie de snooze, de tiempo de descuento.

Se puede decir "ya voy" tantas veces hasta lograr que el otro se olvide por completo que nos está solicitando.

Los más peligrosos son los que argumentan "no te escuché". Y ahí se pone difícil porque nunca vas a saber si está mintiendo, es incomprobable. El argumento es bueno, entonces uno tiene que bajar la tolerancia a cero y paradójicamente tratarlo como si hubiera venido al primer llamado. (que él escucho).

Un factor condicionante en la manera de responder es cuando depende de quién nos llame. No hace falta dar ejemplos, pero nuestro inconsciente sabe reconocer cuando nos llaman por algo importante o por una pelotudez o distinguir entre alguien importante o un pelotudo. Lo que juega es el crédito que le damos a la persona. Por eso es aconsejable ser responsable en la manera de solicitar.

Todos estuvimos en los dos lados de está situación. A veces nos conviene, a veces no. Lo sabemos y no hacemos nada para cambiarlo, justamente por eso.

LA MAMÁ DE MI AMIGO ES IGUAL A LA MÍA


Cuando se asoma la mamá del dueño de casa y le dice “vení un segundo”, todos sabemos que lo va a retar.

Y cuando mi amigo vuelva, por más que diga que está todo bien, su cara va a decir todo lo contrario. Lo bueno es que existe la solidaridad y mágicamente empezamos a portarnos bien.


Sin darnos cuenta empezamos a gritar otra vez y cuando la madre se vuelva a asomar, automáticamente nos ponemos todos de pié, agarramos nuestras cosas y hablando bajito nos vamos a donde la madre quisiera. Bien a la mierda.

CAMBIAME LA MÚSICA

Imaginate un mundo donde siempre que prendas la radio no tengas que sintonizar un dial que te guste porque prácticamente en todos suena un tema que te gusta.

Imaginate un mundo donde tu artista favorito viene todos los años a la Argentina, es artista exclusivo de Telefe y este domingo está invitado al living de Susana.

Imaginate un mundo donde tu canción favorita sean todas.

... lo dejaría todo porque te quedaras, mi credo mi pasado y mi religión...
... mira lo que has hecho mi cariño....
... ¿quién me va a entregar sus emociones? ¿quién me va a pedir que nunca le abandone?...

¿Por qué sé la letras de todas estas canciones? ¿Cuándo las aprendí? ¿Cuántas veces las debo haber escuchado para saberlas casi de memoria? Pero si no me gustan, por qué tengo que escucharlas. No es justo, que habiendo tantas bandas que seguramente me gusten y no conozco, tenga que escuchar a tantas veces a Alejandro Sanz.

Ya que no puedo callar a Montaner, ¿por qué no me gusta Montaner?

Hay una famosa frase que dice algo así como “si no puedes contra ellos, únete”. No quiero ser negativo, al contrario, quisiera unirme, pero no puedo. Está claro que no es un prejuicio, la realidad indica que las escuche lo suficiente. Es más, algunos me parecen tipos muy simpáticos. Aunque no entiendo por qué Chayanne se ríe todo el tiempo me cae bien y Cristian Castro parece tener mucho más rock que varios músicos de la escena.

Quiero ser positivo y disfrutar de este género. Lo fácil que llenaría el Ipod. No me alcanzarían los gigas. Compraría gorro vincha y bandera. Tendría sus wallpapers y acamparía en la cancha de Velez esperando sus mega recitales.

Incluso creo que si te gusta uno te gustan todos. No creo que una fan de Ricky Martin no soporte a Luis Miguel. La pregunta es, son todos iguales o esta gente tiene un gusto musical muy amplio.

Uno de los talentos de todos estos músicos pop, melódico, romántico, latino, etc. es la facilidad con la que siguen encontrando cosas para decir del amor. Son una prueba tangible de lo complicado que es. ¿Quién le presenta las mujeres a Arjona? Incluso tienen una sorprendente tendencia a relacionar todo con la astrología y la naturaleza. Amaneceres, atardeceres celestiales, lluvia de estrellas, cielos, mares, lunas, rosas, luciérnagas, mariposas y mucho más en cada nuevo hit. Porque son siempre hits.

Bum bum, pondré a gozar mi cuerpo para que me gusten, pero bum bum, lamentablemente no me pasa.

¡Mirá, mirá, mirá!

No me los muestren más, ya los vi. No me interesan, son siempre iguales.
Fuegos artificiales. No tengo la suerte de sorprenderme frente a ellos. Y si me guío por la excitación de la mayoría de la gente, lamento que no me pase.


Los miro por compromiso y porque me los muestran. Sino miraría otra cosa. Mis viejos siempre criticaron que yo vea muchas veces las mismas películas al punto de saberlas casi de memoria. Bueno, esta película la veo como mínimo dos veces por año.


Una de las cosas con las que soy más crítico es que con el paso del tiempo no creo que hayan mejorado. Hoy los detergentes lavan con agua fría, las cuentas se pagan online, los ascensores avisan cuando se supera el peso máximo y los fuegos artificiales son iguales a cuando era chico. No duran más tiempo, ni hacen más luces. No llegan más alto y no forman más que una figura geométrica. Mejoraron la varilla, la carcaza de la cañita voladora, pero en el aire es siempre lo mismo.

SEX, DRUGS & TANGO (Opereta en dos actos)

Escrito por Dr. Beto. Un groso que también cree que el problema es que nadie entiende nada.

PRIMER ACTO
- Obertura

A casa con la lengua afuera, que en media hora vienen los Zamer. En el ascensor me fui sacando el pullover bordó que tan bien combina con la camisa que me puse esta mañana. Abrí el placard, miré los 15 pulloveres que tengo y elegí uno celeste clarito a rombos que me regaló mi hija. Afeitadora eléctrica a los pedos (como no veo una mierda el pelo más chico que me quedó mide 5 cm.) y un poco de perfume Mont Blanc que me regaló mi yerno. Tengo la plata y las tarjetas; miro la hora: 19.55. Agarro las llaves y suena el portero eléctrico:
-¿Jorge? (no, si bua ser Perkins el mayordomo). Estamos abajo. ¿Graciela está lista? (Mierda! ¡Graciela! ¿Dónde carajo está Graciela?).
-Todavía no llegó; la llamo al celular y bajo.
Justo escuché que entraba el auto. Bajé y cuando nos cruzamos me dice que están afuera (ya lo sé boluda). -Andá yendo que voy al baño y estoy en un minuto.
Saludos de rigor; qué lindo el auto que te compraste; bla, bla, bla. Sube Graciala; saludos de rigor, qué lindo el auto que te compraste; bla, bla, bla y partimos.

- Introito. il viaggio

-¿A dónde vamos?
-A Taconeando, en Balcarce al 700.
Desde Echeverría y Amenabar hasta Balcarce y México, escuchamos el relato de Osvaldo sobre cómo se le había quedado el auto justo en la entrada de la cochera. No se qué hizo Graciela, pero yo aproveché para redactar en la cabeza una demanda, dos alegatos y un cuento corto. El lunes los imprimo.
-Esta es Balcarce; ¿a qué altura estamos?
-Al 400, dije con seguridad (había trabajado a una cuadra durante 12 años y conozco al dedillo la altura de las calles de la zona)
Avanzamos una cuadra. -Nelly, fijate a qué altura estamos. (boludo, si la anterior era el 400, esta es el 500 y la que viene el 600). ¡Qué lindo está San Telmo; qué raro, no hay nadie en la calle! (lógico, huevón, a quién se le ocurre salir a comer a las 8, como no sea a un finlandés que vive 9 meses a oscuras a 2 cuadras del Polo Norte),
Estacionamos. Graciela, roja la cara por el esfuerzo, ayudó a Nelly a bajar sus 120 kg. del auto, mientras Osvaldo, estático miraba con un brillo burlón en los ojos. Caminamos unos metros y ¡voilà!: Taconeando.

ROMPE NO PAGA

Me pasó muchas veces, cuando era chico, de ir a jugar a la casa de algún amiguito y sin querer romperle algún juguete. ¡Lo juro! fue siempre sin querer, pero me pasó más de una vez.

Aprovecho ahora para pedirles perdón a todos ellos. Busquen en su memoria, en su pasado y si alguna vez no entendieron cómo se rompió alguno de sus juguetes, quiero decirles que fui yo. Cosas que pasan, no lo hice a propósito. Es una sentimiento horrible mezclado con algo de injusticia, uno está jugando y en un exceso de diversión el juguete muere en mis manos.

TONTO URBANO IV

Cuando toco un portero eléctrico y si mientras me atienden llega otra persona, me corro. Salvo que venga algún mal educado y toque el portero en mi cara. (me pasó).

Pero otra fue la vez cuando le di lugar a una señora que marcó el 2°D.

ALGUIEN: - ¿Hola?
SEÑORA: - ¿Doctor Funes?
FALSO DR. FUNES: - No, equivocado. Es el 9°D.
SEÑORA: - ¡Gracias!

La señora se separa unos centímetros del portero eléctrico, presiona el botón del noveno piso y al escuchar una voz que contesta se pone en puntitas de pie y comienza a hablar.

Aunque el doctor atienda unos pisos más arriba del 2° el micrófono del portero está a la misma altura. Tal vez el Dr. Funes se especialice en tontos urbanos.

ENTRE LA ESPALDA Y LA PARED


¿Por qué donde hay una reunión con mucha gente y poco espacio, el que se apoya contra una pared y apaga la luz con su espalda es el último en darse cuenta que acaba de apagar la luz? Y no solo eso, muchas veces no se da cuenta si alguien no se lo hace notar. 

Por lo general estas cosas pasan durante una clase o exposición y le ocurren al último en llegar que, como lo hace tarde y le da vergüenza cruzar la sala por un asiento, se tira contra la primera pared que encuentra con tal de que dejen de mirarlo.  Y cuando comete esta torpeza no se apagan todas la luz de la sala sino que siempre alguna tecla zafa.

Como es una reunión, naturalmente alguien está hablando y los primeros en notarlo, para no interrumpir la reunión, intentarán avisar de la ausencia de luz al responsable, a través de diversas señas. (el orador también lo notó. Intenta seguir como si nada, pero le cuesta disimularlo). La más común de las señas: cabecear hacia la luz y atravesar al culpable con la mirada. Lo triste del cuadro se completa cuando éste no percibe la presente oscuridad  de luz, recién llega, y le lleve varios segundos descifrar que él es el causante de esta distracción general.