LO MALO DE TENER AMIGOS

Una imagen triste revisando mi infancia es cuando estando con un amigo teníamos una sola bicicleta. Dos niños se dirigen hacia un lugar, pero uno de ellos tiene lo que el otro no. Y aunque uno sea más que cero, a veces es más fácil no tener ninguna.

El que tiene la bicicleta no anda realmente en bicicleta y el que se dirige a pie, se dirige a pie. El primero no logra pedalear a paso de hombre y para el hombre, en realidad el niño, caminar más rápido es joderse dos veces.

El que pedalea va y viene, da círculos, rodea al transeúnte con su bici pedaleando muy, pero muy despacio hasta casi caer torpemente al piso. El "beneficiado" se esfuerza por sacar temas de conversación interesantes para equilibrar la balanza. Hasta incluso encuentra algo para criticar de la bicicleta, pero las cuadras, los balnearios o kilómetros todavía son muchos.


Ya lo probaron todo. Un rato cada uno, ir sentado en el manubrio, pedalear parado mientras el otro va sentado. Hasta intentaron ir los dos caminando, pero eso es estar en menos uno. Caminar llevando la bicicleta en la mano es más trabajo que solamente caminar.

Ya está, no tiene solución. La situación no está buena y no tiene solución.

Pero entre mis recuerdos esta imagen, si bien es única, también es repetible o por lo menos muy parecida a otras. Como cuando en el jardín de alguna quinta aparecía una pelota y uno de nosotros estaba descalzo mientras el otro tenía zapatillas. O en un partido de tenis donde a una de las dos raquetas le faltaba el grip, era de mucho mejor marca o la otra simplemente tenía flojo el encordado. (¡Humillación es haber jugado con la mejor raqueta y perder el partido).

Este dilema trasciende los tiempos y también aparece en tiempo presente. Alguna vez o varias, en un restaurante en el que traen a la mesa solo uno de los platos y este se enfría entre nuestros ojos y con la esperanza que "el tuyo ya está saliendo" surge la siguiente conversación: -"Empezá", -"¡No, te espero!" -"¡No, en serio empezá!, -"Te espero", -"Dale, empezá que se enfría", -"Te espero, lo tuyo ya sale" -"¿Fuiste a la cocina para chequearlo? Si faltara tan poco para que salga tu plato, lo hubieran sacado con el mio, no te parece?"

El problema es que si empiezo a comer, me siento mal de que no te espero. Sumado a que con cada bocado que me llevo a la boca, no solo rindo examen de buenos modales, sino que también siento que tengo un sapo en la barriga. Te ofrezco un poco, decís que no por educación, pero te morís de hambre y actuás tu mejor paciencia. La excepción de esta escena es si la guarnición de mi plato son unas doradas papas fritas, entonces te vas a ir haciendo el boludo robando una, dos, tres y a la cuarta ya la estás hundiendo en el ketchup de mi plato como si fuera el tuyo. Y de golpe el impaciente soy yo de que llegue lo tuyo mientras veo como una a una van desapareciendo mis papas y para colmo vos pediste sorrentinos como si hubieras sabido que esto iba a pasar. Vienen cuatro, qué hago, ¿te saco uno? Dejá, seguí comiendo papas y después los sorrentinos! ¿Sabes cómo vas a quedar? Eso te pasa por angurriento.

Cosas que pasan cuando somos chicos, pero aunque seamos grandes no aprendimos a resolver. Al menos me queda claro una cosa, todo esto nos pasa por pensar en el otro.

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