QUIERO HABLAR CON TU SUPERVISOR


Ellos, sí ellos. Los que no están. Los que en este momento no te pueden atender, los que quizás no existen. Los que ocupen un lugar en el imaginario popular. La supuesta solución a nuestro incomprendido reclamo. Una ícono de nuestra Fe, donde quisiéramos poder encontrar lo que este coloquial inoperante parece no podernos dar.

Nunca hablé con ellos, sé que existen, pero no puedo probarlo. Nadie podría probarlo. ¿Son reales? Después de Papá Noel, debe ser la mentira más grande creada por una corporación. 

Todos alguna vez, atravesamos con la moral y la paciencia resquebrajada, por la inutilidad y poca predisposición del sistema de servicios de atención al cliente de cualquiera de los millones de servicios que consumimos simultáneamente en nuestras vidas que tienen lugar en el modernismo del siglo XXI, sobrecargado de tecnología, donde un modem se encapricha en hacer titilar sus lucecitas y a pesar de ello no funcionar.

Donde suscribirse a un servicio es una carga tan pesada que para darse de baja nos lleva más trabajo que olvidar nuestros traumas de cuando éramos chicos, y miles de otros ejemplos que acompañan esta radiografía del angustiante momento que pasamos cuando llamamos a algún 0800, que Dios me ayude.


Luego de haber seleccionado opciones al azar, escuchado música clásica monofónica y hacer oídos sordos a promociones grabadas pasamos largos minutos en espera y seremos transferidos a diversos sectores hasta llegar a comunicarnos con nuestro operador.

Un rato después de hablar con él o ella, no conforme con lo que esta aspiradora de insultos y quejas nos intenta explicar, pedimos lo imposible. Hablar con un supervisor. Lo patético y curioso, que nos hace todavía más ingenuos, es que compartimos en nuestro imaginario la ilusión de que, de suceder el milagro de contactarnos con uno, desde su boca saldrán las palabras mágicas. La disculpa más sentida, el arrepentimiento y el llanto. Una alfombra roja que recorre las calles porteñas hasta la puerta de nuestras casas, acompañada con una comitiva de directivos de la empresa en cuestión, practicando una maravillosa coreografía de disculpas y un reintegro retroactivo que incluye las cuotas desde que pagábamos una conexión 56k.

Lamentablemente eso no va a suceder. No me refiero a la disculpa, eso seguro que no. No va a suceder que logremos hablar con ese supervisor. Porque no existe.

¿Cuál es el trabajo de un supervisor que no está? Por definición hay una contrariedad. “Está claro por qué no está tu supervisor, mirá lo mal que me estás atendiendo.” Y así es como llegué a una simple conclusión: si él estuviera, quizás no haría falta hablar con él.

No pierdo la Fe, rezo todas las noches para que El Supervisor baje de los cielos y escuche nuestras suplicas.


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