LO MÁS PANCHO

En el mundo existe una gran cantidad de productos que, de poco sirven, pero su consumo es masivo. No por eso son menos importantes y algunos de ellos hasta se pueden usar una sola vez. Buscar ejemplos sería un divertido juego cuando la única pregunta que se escucha en el auto es ¿Ya llegamos? y sin repetir y sin soplar, se me ocurren, el famoso cosito de la pizza. Un preservativo se usa una sola vez (se supone que) y vaya que es importante. El papel burbuja para envolver cosas frágiles o los alfileres que doblan una camisa en un local de ropa. (¿Hacen falta tantos?)

Acercándome a la temática de mi rezongue, una vela de cumpleaños se enciende una sola vez y dura lo que duran las dos versiones de la canción de cumpleaños. (Alguna vez alguien me explicará la necesidad de cantar el "Feliz, feliz en tu día". Supongo que porque involucra la bendición de Dios, pero entonces dejemos de usar la otra que repite tres veces la misma frase. Aunque nobleza obliga, es una genialidad de la composición el espacio para cantar el nombre del festejante, que funciona tanto para  agudas, graves y esdrújulas).


Y ahora, apuntando a elementos o alimentos que no cumplen con su función, quiero detenerme en algo inesperado quizás para cualquier persona que se cruce con estas lineas, pero creo tener buenos argumentos y allí voy.

El pan de pancho chico. El que viene en bolsita de seis u ocho o más. Y cuantos más, peor. ¡Pero momento! Mientras escribo imagino cómo enseguida me cruzan la vereda sin siquiera darme unos renglones más. No me refiero al pan en sí mismo. Mucho menos a cuánto mejora el sabor de una salchicha. Hasta me animo a decir, y acá no pretendo consenso, que la exquisitez de un pancho es 60% pan, 40% salchicha. Sin contar los condimentos que suelen ser exponenciales de sabor. Entonces, no me refiero a la función de un pan junto a una salchicha, sino a cierto pan, de pancho. El de los cumpleaños, bautismos, comuniones, etc.

Ése, vos lo conocés, lo probaste incontables veces. Ése que ya sale del paquete, seco. Pegado al de al lado, que cuando lo separas se rompen los dos panes, no uno solo. Al que cuando le querés hacer un pequeño corte por el costado, se abre en dos y no sirve para nada. Ése en el que la salchicha hace equilibrio para no caerse y ni se te ocurra condimentarlo un poco de más. Ése, el que en manos de un niño termina casi todo en un plato. No queda entero, queda la mitad, de una mitad. Ése que no absorbe los condimentos. Que si lo apretás un poco hace resbalar la salchicha y te obliga a hacer movimientos muy extraños y sugestivos con una salchicha en tu boca. Ése con el que casi te tenés que esconder para comerlo. Como si te estuvieras robando unas mollejas de la parrilla. Ése pan que de pan no tiene nada...

Sacando a mi hijo Hugo, ¿cuántos chicos comen el pancho entero? Es decir, la salchicha y el pan. Quizás este producto se siga vendiendo porque nunca nadie realizó una queja. Quién organiza un cumpleaños, terminada la jornada, apenas tiene fuerzas para apilar platos de plástico o cartón y por cierto tirar sobras de pan de pancho. Y de torta, chizitos y papas bañadas en jugo o gaseosas. Y del otro lado, el invitado al evento, tampoco podría hacer una queja ya que no fue quién pagó por esta estafa y ni siquiera se siente engañado. (Aunque quizás se pregunte si valió la pena ganar esa cantidad de calorías).

Y acá viene lo peor... en infinitos tiempos de crisis, ¿quién dijo que conviene servir panchos? No son muy sanos, no son tan baratos, termina todo sucio de condimentos, hay que cocinarlos y ¡los pibes los dejan por la mitad!

Y todo para que de regalo, te regalen una boludez.


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