MAL VENIDO

Cuando llego a un lugar no puedo evitar sentir el peso de ser el recién llegado. Todos ustedes que están hoy acá, en esto de estar acá, son mejores que yo.

Subo a un colectivo y también soy un recién llegado. Mientras paso mi tarjeta por el lector los voy a ir mirando a todos y saludando mentalmente. Siento que les llega mi saludo, pero lo que noto de su parte es un aire sobrador. Como un: "¡Uf! ¿recién llegás? Acá nosotros estamos hace rato largo. Y solo por eso, somos mucho más que vos.

Y vos mucho menos si se trata de una fila. Porque sos el último, literalmente. Estás atrás de todos, como si fuera una carrera. Perdiste. En un consultorio también sos el último al que van atender, pero después de un rato quedamos todos en la misma situación. Estamos sentados en sillas o sillones que no siguen un órden de llegada.

En las reuniones sociales ser el último te condiciona mucho a la hora de servirte unas papitas, una cerveza o lo que sea. Tenés que esperar. No hay un tiempo establecido, es un rato, no sé cuánto. Nadie sabe, un rato. Además primero tenés que contestar una serie de preguntas. A todo el que llega le hacen preguntas. ¿Dónde dejaste el auto? ¿Hace cuánto que no nos vemos? ¿Viniste solo? ¿Por qué llegaste a esta hora?



Por supuesto que es una sensación y mía, pero claramente estaba pasando algo bueno antes de que yo llegue. En el colectivo yo soy el nuevo, el recién llegado, el que todavía no sabe que en el último asiento vomitó un bebé o alguién derramó alguna bebida. Soy el que todos miran, el que todos estudian. El que tiene que elegir un asiento y ustedes me juzgarán por dónde me siento. Si es al lado de la chica linda, soy un pajero y al lado de un señor, lograré que piense, "nene, sentate con la pibita". Si es al lado de algún hombre más o menos de mi edad, ¿soy gay que no me senté al lado de la chica?

Y soy mucho, pero mucho menos que todos ustedes, si además de recién llegado no sé dónde bajarme. Si le hago una pregunta al chofer, no entiendo nada de la vida. Y ojalá la máquina de monedas sea amable con las mías, porque sino voy tardar tratando de resolver este problema. Y quienes están atrás mío, aunque sean tan nuevos como yo, ya cayeron mejor a esta reunión pasajera.

El colectivo puede estar lleno y yo querer ir al fondo, pido permiso y molesto. Recién llego y ya molesto. Pagá el derecho de piso y quedate un rato adelante, podrá pensar esta señora, pero no. Llego y tomo decisiones. Y lo que puede llegar a enfurecer todavía más a todos es que se desocupe el asiente frente al que estoy parado. ¿Con qué derecho me voy a sentar? ¿Y ellos, que ya estaban acá?

Es injusto, pero a mis ojos todos tienen muchos más derechos que yo, incluso el que subió una parada de colectivo antes. Como ignoro este dato, él es tan genio como el que subió primero. Otro derecho de piso que pagar, es el de la soberanía de las manijas donde nos agarramos cuando viajamos de pie. Uno tiene espacio para agarrarse apenas del ángulo. Con el correr del tiempo o viaje, de a poquito va ganando terreno y en un descuido del otro, estaremos mitad y mitad.

Es mucho el sufrimiento, pero en intensidad, no cantidad. Uno es menos hasta que llegue el próximo. Ahí es cuando paso a este lado, lo miro y no puedo dejar de pensar, "¡uf... éste recién llega!"

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