NO ME TOQUES


Es muy poca la gente que lo hace. O es mucha, pero no siempre me doy cuenta. Con una característica como ésta seguramente sean personas que les gusta hablar. No sé si mucho o poco, pero cuando lo hacen se lo toman en serio. Son esas personas que mientras hablan, cada tanto te tocan. El brazo, el hombro, la espalda, la rodilla, depende quién, pero te tocan.

A mi no me molesta tanto, pero no por eso deja de llamarme la atención. Y más que preguntarme el por qué, me da curiosidad saber si ellos saben que lo hacen. ¿Se lo habrán hecho notar alguna vez? Para mí que no lo saben. Me parece que esas cosas no se dicen. Capaz por miedo a herir o porque no vale la pena. Como no es grave, por qué traumarlos por algo tan pequeño. Entonces ellos no se enteran que lo hacen y lo siguen haciendo.


Frente a este tipo de situaciones siento lo que llaman vergüenza ajena. Como cuando alguien tiene un moco que se asoma. Me pone incómodo, siento que lo tengo yo. No se lo quiero decir porque como dije antes, no lo quiero hacer sentir mal. Entonces lo mejor que se me ocurre es mirarlo lo menos posible y así siento que se lo saco. Es mi manera de ayudar. Y cuando se da cuenta que lo tiene y chequea si lo descubrí, rápidamente miro para otro lado absolviéndolo de todo tipo de pudor. Alguna vez me pasó estar frente a un espejo, descubrir uno y pensar ¿hace cuánto que lo tengo y cuánta gente lo habrá visto?

Volviendo a este fenómeno, te toco cuando hablo y haciendo una lectura más superficial del tema, lo primero que se me viene a la mente es que al tocar al otro no es más que un recurso utilizado por un emisor para darle mayor énfasis a su relato e involucrar así al receptor. Es un chequeo constante, es como si dijera: no te vayas boludo, seguí acá conmigo que no sabés lo que te voy a contar. Preparate porque con lo que viene ahora te caes de orto al piso.

Si bien esto me alcanzaba para entender aunque sea una parte de la cuestión yo sabía que podía llegar a algo todavía mejor. Y a partir de mi perseverancia fue que descubrí que el toquetón termina siendo víctima de su propia trampa. Al tocarte genera una falsa expectativa y peca de entusiasta. Porque si te estoy escuchando y empezás a tirar de mi remera, mi inconsciente cree que las cinco palabras que vienen a continuación van a ser realmente asombrosas.

Pero eso, lamentablemente para los dos, no pasa. Las escucho con todo el entusiasmo del mundo y se caen una a una sin poderme afectar un solo músculo de mi cara. Por más in crescendo que agregues al tono la anécdota no tiene realmente un remate. Entonces mi inconciente que ahora se siente estafado va a dejar de prestarte tanta atención. Cosa que tu inconsciente va a detectar inmediatamente y hará que empieces a tocarme otra vez. Como un círculo vicioso la historia se va a repetir una o dos veces más hasta que la decepción supera el inconciente y entonces yo mismo me doy cuenta que sos otra de esas personas que cuando hablan tocan a la gente.

La solución lógica es prestarte mucha atención. Más de la necesaria como para que sientas mi compromiso y no me lo tengas que arrancar de la ropa. Abro los ojos cada vez más grande! uso adjetivos calificativos, gentilicios, etc. Una muy buena es repetir la última palabra que el otro dice. y agregarle algo que la levante. Por ejemplo:
- ...como hacia tanto calor nos metimos al mar.
- ¿Al mar? ¡qué bueno!

Pero a veces esto me puede salir mal, porque mientras por un lado te entrego todo mi interés, por el otro estoy alimentando un monstruo que ya no solo me toca, ahora me agarra del brazo, cuenta más y más cosas. Ríe a carcajadas y espera que yo también lo haga. Y como no soy muy bueno riéndome de lo que no me da gracia me pregunto los motivos por los que mi inconsciente me traslada sus problemas.

En algún momento me suelta el brazo, termina de una maldita vez la anécdota que probablemente era graciosa, pero me la perdí pensando el por qué de que me tocaras.



1 comentario:

  1. Jajajajjajajajajajaj! Esta buenisimo! Pero que mala onda tenes, cheeeeee!

    ResponderEliminar