ESTE SÁBADO TENGO UN CASAMIENTO

y algo me dice que va a ser idéntico al último que fui. En realidad a todos los que fui. Lo único que cambia son los nombre en la invitación, todo lo demás es siempre lo mismo. Puede cambiar un poco el salón o si se hace de día o de noche. Alguna vez en lugar de ir a una iglesia me tocó ir a una sinagoga, pero el fin inmediato es idéntico. Digo inmediato porque no quisiera ponerme a pensar en lo que salió de cada unión sagrada a la que fui.

Este sábado tengo un casamiento y algo me dice que va a ser idéntico al último que fui. La invitación llegó a casa hace unos dos meses; la que se casa es una amiga de mi mujer, María Inés Larralde o Mary, nunca supe que se llamaba Inés. Tantos años que la conozco y me entero ahora. Ella es una chica muy simpática, una de las íntimas, como siempre dice Verónica, mi mujer. Como cualquier compromiso a dos meses puedo ir, ¿quién programa algo a tan largo plazo?. Pero seguro que para ese sábado mis amigos van a armar un partido de fútbol con asado y pileta. Murphy no escribió leyes, directamente escribió mi vida.

Este sábado tengo un casamiento y algo me dice que va a ser idéntico al último que fui. Teniendo la invitación en casa dos meses antes nos acordaremos de comprar el regalo el mismo sábado a la mañana. Con la excusa de que yo no tengo que ir a la peluquería, ni que probarme un vestido del que voy a escuchar hablar durante las próximas ocho semanas, voy a ser yo quién tenga que ir a comprar ese regalo. Agarraré el auto temprano, lo llevaré a lavar y cuando esté saliendo del lavadero Verónica llamará para preguntar qué compré. Me volverá a pedir que no sea tacaño y compre algo bueno; María Inés para nuestro casamiento se re jugó y nosotros no podemos hacer menos. Una vez en la casa de regalos elegiré algún juego de copas que María Inés no va a usar hasta la primera comunión de su segundo o tercer hijo. Una vez en la caja voy a curiosear la lista de regalos y descubriré que comparadas con el resto de los regalos, las copas valen dos mangos con cincuenta. Acá es cuando uno se siente evaluado. Si Fernández Adrián y Sra. que tienen muchísima menos relación que yo, le compran un microondas, mínimo les tengo que regalar el departamento. Como si Verónica estuviera viendo todo, me pondré colorado y haciéndome el boludo le diré a la vendedora no estar convencido de reglar un juego de copas. Después de comparar precios y apellidos regalaré a una pareja de recién casados un secaplatos por el que sólo Verónica me dará las gracias.

Este sábado tengo un casamiento y algo me dice que va a ser idéntico al último que fui. Después de jugar a subir y bajar la ventanilla del auto, imitar con la boca el ruido de las balizas y limpiar la guantera, Verónica va a subir al auto y decirme que nos apuremos porque estamos llegando tarde. En el camino vamos a hablar por teléfono con varias de sus amigas, les contaremos de cómo a Vero se le corrió una media y tuvimos que salir corriendo a comprar otras; que no hubo tiempo para ir a la cama solar y que subió medio kilo y no se entiende cómo le entró el vestido.

Este sábado tengo un casamiento y algo me dice que va a ser idéntico al último que fui. Cuando lleguemos a la Iglesia Verónica estará más nerviosa que cuando se casó conmigo y prácticamente se tirará por la ventanilla diciendo algo como que ella irá entrando mientras yo consiga lugar para estacionar. No estoy seguro si eso me va a molestar mucho o a hacerme sentir mejor. Aprovecharé a bajar la ventanilla que quiso despeinar a Vero y dos cuadras adelante encontraré dónde estacionar.

Este sábado tengo un casamiento y algo me dice que va a ser idéntico al último que fui. Una vez en la iglesia imaginaré que Verónica olvidó que vinimos juntos y está sentada junto a sus amigas. Buscaré entre las filas y no lograré descifrar cuál es el lado del novio y cuál el de la novia.
En realidad me da completamente lo mismo de que lado sentarme, sólo que mi mujer estará del lado de María Inés. A la izquierda está un grupo de parientes, todos rubios y algo rellenitos. Si bien el novio de María Inés es rubio no diría que es rellenito. Tal vez sean los tíos, hermanos de la mamá que sí es gordita. Otro razonamiento que vendrá a mi cabeza será que si esos son los tíos no pueden estar sentados tan atrás. Pero cuánto más mire al supuesto tío más me daré cuenta que ese tipo si era tío de alguien, era del lado de la novia. Traje oscuro con líneas blancas. Camisa de cuello largo y gemelos de oro. Pelo engominado y una flor en el ojal. Alguna vez escuché de un familiar que andaba en algo turbio. Invadido por la duda arriesgaré al pasillo del tío mafioso y empezaré a caminar por el costado de la fila esperando encontrarme con Verónica que seguramente va estar guardándome un lugar.

Este sábado tengo un casamiento y algo me dice que va a ser idéntico al último que fui. Verónica estará en segunda fila rodeada de amigas que mueven su cuellos de un lado al otro como si la novia iría a aparecer colgada de un arnés con la gente de “De la guarda”. Apenas haga contacto visual con ella mediante gestos bruscos y silenciosos me retará por haber tardado tanto. La mandaré a la mierda con el pensamiento y enseguida pediré disculpas a uno de los santos que esté ahí. Caminaré hasta la última fila y encontraré lugar en la punta. Por supuesto apenas podré ver entrar a la novia y para sorpresa mía analizaré el vestido y su peinado.

Este sábado tengo un casamiento y algo me dice que va a ser idéntico al último que fui. Una vez en el atrio, los novios saludarán a todos sus invitados menos a mí. Ellos en realidad no saben ni a quién saludan, esta costumbre sirve para que la novia mire la cara de orto de quienes fueron invitados sólo a la ceremonia. Durante varios minutos sonreiré buscando la complicidad de los enamorados, pero una avalancha de señoras petizas y gordas parece llevar más prisa que yo y les darán tantos besos como el rouge se los permita. El atrio siempre será un caos; los que ya saludaron se quedarán hablando en la puerta y así es como se entorpecerá la salida. Esto responde a lo largas que son las recepciones, la gente va llegando a medida que logra escapar.

Es increíble que después de diez años de estar junto a Verónica todavía haya gente que no conozca. Una vez afuera me presentarán a Maru y el novio y a Vale y Luquitas, su hijo. Un brote de lucidez me recomendará que no pregunte por el papá de Luquitas y que mire al nene con ternura y apenas acaricie su cabeza. No es bueno exagerar el afecto hacia los nenes. Los extraños les caen mal y pueden contestar con una guarangada y un desprecio sólo comparable al de un suegro o un jefe.

Este sábado tengo un casamiento y algo me dice que va a ser idéntico al último que fui. Camino al salón comentaremos lo linda que estuvo la ceremonia y en el asiento trasero llevaremos a Vale y al pequeño Luquitas quién se tomará el trabajo de poner sus pies en cualquier lugar del auto menos en el piso.
Una vez en el salón el hambre no dejará que me importe hablar con nadie y más que la entrada de los novios lo único importante será el momento en que un desfile de mozos se acerque con un sin fin de exquisiteces que no voy a encontrar porque la forma de esos canapés es realmente indescifrable.

Este sábado tengo un casamiento y algo me dice que va a ser idéntico al último que fui. Una vez ubicados en la mesa cuatro, la cuál uno creería encontrar cerca de la principal, resultará ser la más alejada de la cocina y la última en empezar a comer. Entre los comensales estarán los de siempre, amigas de Vero y un par de novios o maridos. Con ellos siempre me llevo de primera, me parece un grupo de gente muy divertida, pero para cuando resuelva el problemita con mi apellido, que está en la lista que la organizadora se olvidó no se dónde; el grupo de tipos macanudos que podrá levantar mi noche ya estará cómodamente sentado y las dos últimas sillas están precisamente del otro lado de la mesa. Me voy a perder todas sus conversaciones, juegos y risas a partir de algún vestido o peinado digno de ser comentado. Cada tanto me van a mirar de lejos y van a hacer un esfuerzo porque participe de la diversión, pero será en vano. No entenderé nada de lo que me digan y para que no se sientan incómodos voy a fingir que es terriblemente gracioso lo que tratan de decirme.

Este sábado tengo un casamiento y algo me dice que va a ser idéntico al último que fui. Parar de comer para bailar, parar de bailar para comer y volver a parar de comer para bailar otra vez. De la mesa a la pista y viceversa como si fuera un triatlón pronto llegará lo peor, lo que más odio de los casamientos. Nunca entenderé a que se refiere el Puma José Luís Rodríguez con “Ay que buena está la fiesta mamá” (sic) cuando la misma se celebra con un trilladísimo y colorido cotillón. ¿Por qué sigue sonando tremendo cuando golpeamos con las palmas? Ilari lari eh, oh oh oh; es una letra memorable que debe perdurar en el tiempo? ¿Quién invita a Xuxa a los casamientos? Alguna vez vi un carnaval brasilero por televisión y créanme que no se parece en nada a lo que nosotros llamamos carnaval carioca.
Con un ridículo sombrero que ponga en mi cabeza algún gracioso y un par de serpentinas que nunca aprenderé a tirar, me cruzaré, sin avergonzarme, a mi mujer con un choclo gigante en una mano y una máscara de Shrek en la otra. No hace falta decir que mi mujer se lleva cotillón en todas las fiestas. La pista estará llena de papel picado y gorros pisoteados cuando algún genio inaugure el primer trencito humano de la noche. Pero no se dejen engañar. El trencito no lo arma el que va primero, la supuesta locomotora, sino quién va detrás. Nadie desparrama tanto carisma como para poder gritar “trencitoooooo” y lograr que media pista lo tome de la cintura. Por lo general estos tipos van directo al culo de una de las gordas que estaban saludando en el atrio, la toman por la cintura y saquen sus boletos porque lo que viene es especial. La persona que encabeza el trencito es un ser especial. Alguien tocado por alguna varita mágica. Un individuo que la alegría de las fiestas lo toca de manera tal que olvida todo lo que hay a su alrededor y cree que realmente está conduciendo una locomotora. Esa persona es feliz y no quiere volver a casa nunca, al punto que desbordado de tanta emoción comienza a dar vueltas tan cerradas que termina involuntariamente apuntando hacia su propio tren. Así se produce un quiebre en el mismo y les aseguro que no existe nada más patético que estar haciendo un tren y descubrir de golpe que te separaste del tren principal y estás con otros cuatro tarados haciendo un tren independiente. Ahí uno se siente demasiado boludo y deshace el tren haciendo de cuenta que realmente quería parar de festejar. Te dirigís al baño aunque no tengas ganas de hacer pis al mismo tiempo que el tren original sigue su curso y envidioso deseás con toda tu alma que ese tren se desarme lo antes posible.

Este sábado tengo un casamiento y algo me dice que va a ser idéntico al último que fui. Una vez que el baile vaya llegando a su fin y que los novios repetidas veces sean peligrosamente revoleados por el aire desafiando el “juntos hasta la eternidad” llegará la mesa de dulces y más tarde “la pata”, momento en que los invitados se tiran encima de la comida.
Alrededor de las 4 de la mañana, minutos más minutos menos, dependiendo también del éxito de la fiesta y lo jovial de los recién casados, los que todavía estén en la pista empezarán a mirar de reojo como la mesa de dulces vaya armándose. Primero mesas alargadas con manteles limpios, después esas cacerolas gigantes llenas de crepes nadando en dulce de leche y por último cantidades de tortas y bandejas con fruta. Durante este merecido in pass en la fiesta la gente se horrorizará de lo mucho que está comiendo esa noche y prometerá no comer nada hasta el próximo lunes. Repetidas veces se escucharán sarcásticos comentarios como “¿esa torta es light, no?” y buscando consuelo en que se bailó mucho, no se perdonará ninguna de las tortas. La gente no se mide a la hora de servirse una torta. No sabrán qué se están sirviendo y dejarán las porciones por la mitad, pero hay que probar todo.

Este sábado tengo un casamiento y algo me dice que va a ser idéntico al último que fui. Con los invitados más tranquilos, producto del azúcar corriendo en sus venas llegará el momento de la torta. Enceguecidos por los reflectores del fotógrafo que a esa altura de la fiesta atentan contra la desmejorada imagen de los invitados, los novios cortan la torta y un grupo de mujeres tirará con fuerza de un cintita que promete llevar una alianza. La afortunada será una mujer invitada casi de casualidad después de las doce y después de algunas fotos con el último aliento volveremos a disfrutar de la más exitosa y repetida música de la década del ´80. Erasure, New Order, The Bangels, Suzanne Vega, The Cure y Madonna entre tantos otros serán protagonistas de esta última tanda de baile y la imagen será contemplada desde las mesas por las pocas personas de mayor edad que quedan, quienes con una sonrisa y un sombrero de cotillón lentamente hacen su retirada.

Este sábado tengo un casamiento y algo me dice que va a ser idéntico al último que fui. Los mozos comenzarán a levantar las mesas, las luces de los costados serán encendidas y cuando la borrachera empiece a abandonarnos, el olorcito de un pernil de cordero (la pata, bah) despertará nuestro apetito nuevamente. Me acercaré a la concurrida mesa y extenderé mi mano con un pancito abierto en dos esperando por un pedazo de carne. Comeré sándwiches hasta que mi mujer arroje algún comentario ofensivo sobre mi apetencia y luego seré dominado por unas ganas incontenibles de estar en mi cama durmiendo. Apretar un botón rojo y estar ahí, boca abajo, dormidísimo con 10 o 12 horas de sueño por delante. Pero lo que queda no se parece en nada a esta ágil solución.

Este sábado tengo un casamiento y algo me dice que va a ser idéntico al último que fui. La operación retorno será un tanto compleja y deberé atravesar por varios obstáculos. En primer lugar voy a tener que interrumpir una charla o un baile entre Verónica y sus amigas y sugerir irnos con algún comentario simpático que no delate que se me acabó la buena onda o que me tomen por viejo. Lo ensayaré algunos segundos antes en mi cabeza y cuando este frente a ellas diré cualquier estupidez que no tenga sentido, algo como “chicas, el viejito se puso mimoso y hay que llevarlo a la cama”. Verónica quedará petrificada por mi comentario confuso, una mezcla de viejo verde con algo de borracho calentón y un toque de humor del más barato.
Verónica, que me conoce hace varios años sabrá que mis intenciones son buenas y mientras me pida que vaya buscando su cartera y nuestros abrigos tratará en vano de justificarme argumentando que nunca supe tomar.
Por supuesto que la chica del guardarropas, a pesar de estar prácticamente vacío, tardará varios minutos hasta encontrar el tapado de Verónica. Durante la búsqueda seguiré pensando una y otra vez en el botón rojo hasta que me interrumpa Verónica, tome su tapado y vayamos a saludar a los novios.
“¿Ya se van?” Y claro, son las seis y media de la mañana o querés que me vaya de luna de miel con vos. Esto último no lo decís, pero lo pensás.

Este sábado tengo un casamiento y algo me dice que va a ser idéntico al último que fui. No todas las amigas de mi mujer son lindas como Maria Inés, ni muy simpáticas como para compensar esa carencia. Por lo tanto en el grupo hay solteras. Soleteras que irán solas y que hay que llevarlas a sus casas. Solteras que obviamente se quedarán hasta el final de la fiesta buscando su media naranja que parece no haber sido invitada. Esta desilusión será un coktail peligroso teniendo en cuenta lo mucho que tomarán durante toda la noche porque se casa una amiga o para no pensar en cuándo les tocará a ellas. Las risas de las chicas ayudarán a que no me duerma manejando y de una punta de la ciudad a la otra habré llevado a cada una a su casa.
Una vez en casa, Verónica me pedirá que la ayude a bajar el cotillón del auto y el encargado del edificio, mientras baldee la vereda, estará orgulloso del pésimo chiste que haga al verme con un choclo gigante en la mano. Lo saludaré con una sonrisa y apuraré el paso para alcanzar a Verónica en el ascensor.

Este sábado tengo un casamiento y algo me dice que va a ser idéntico al último que fui. Cuando logre sacarme el traje, que costará como si fuera un armadura de guerra, Verónica estará completamente dormida y una vez que por fin me tire en la cama para dormir por las siguientes diez horas me daré cuenta que olvidé apagar la luz.

Este sábado tengo un casamiento y algo me dice que va a ser idéntico al último que fui. Divertido, muy divertido.

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