Colectivo lleno. Fila de asientos individuales, casi en el fondo. Sentado un señor mayor. Grandote, todavía más grande por su camperón. Canas, anteojos, un aire a Ante Garmaz.
Vamos todos en silencio, cansados, aburridos, apretados, con ganas de llegar. Afuera llueve y el señor saca un paquete de caramelos. Mete uno en su boca hace un bollito con el papel y abre la ventanilla.
Una chica lo interrumpe, "Deme señor, yo se lo guardo.... No lo tire a la calle".
En un acto reflejo el señor le entrega el papel y una vez que entiende lo que está pasando, a la par de todos nosotros, testigos atónitos, se la queda mirando con la mano extendida. Quien podría ser su nieta le da una lección de esas que se le da a un niño. Cierra bruscamente la ventanilla y mirando hacia adelante, con la mirada en un replay mental degusta su caramelo con mímicas exageradas.
Qué feo sabor debe tener ese caramelo.
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